Todo empieza con una bellota, que es el fruto del alcornoque y su semilla. Aunque resulte difícil de creer, de una simple bellota nace un árbol que puede llegar a vivir hasta 500 años y producir corcho de calidad hasta los 300. Los alcornoques no temen el paso del tiempo. “Son realmente productivos entre los 130 y los 300 años, en las actuales condiciones meteorológicas”, explica Joaquim Bech de Careda, propietario de uno de los bosques de Agullana (Girona), “Antes de esa edad el corcho no sirve porque el árbol es demasiado joven y a partir de los 300 años, ya no tiene la misma calidad porque es una capa fina y tampoco sirve”.
También en Trefinos, empresa dedicada a la elaboración de corchos para vinos y espumosos, parece que el paso del tiempo no es un problema. Esta compañía, que celebra su 250 aniversario, parece haberse mimetizado con los alcornoques y haber compartido su secreto para mantenerse activa durante más de dos siglos. “Se consigue con perseverancia y el esfuerzo de todas las generaciones así como con una política de innovación constante a nivel de procesos industriales y producto. La empresa ha estado en manos de diferentes familias y grandes multinacionales pero todas ellas con el mismo compromiso por potenciar y proteger la marca Trefinos”, asegura Cristina Ginesta, directora general de la compañía.
El alcornoque es uno de los pocos árboles capaces de rebrotar tras un incendio debido a su corteza de corcho, que actúa como aislante. Y esa enorme capacidad aislante, unido a su origen vegetal, es lo que hace del corcho el tapón ideal para los vinos y espumosos de todo el mundo. “Los tapones de corcho son un cierre natural, reciclable, biodegradable y ecológico y que, además, contribuyen a mitigar el cambio climático. Es un producto ligero, elástico, impermeable y resistente”, afirma Ginesta.
En los bosques de Agullana
Para aprender todo acerca de los alcornoques, nada mejor que trasladarnos a Agullana (Girona), cuna de la producción del corcho y de su posterior manufactura. Esta visita forma parte de una intensa jornada, organizada por Trefinos, la empresa de fabricación de corchos de más larga trayectoria del mundo.
“Es necesario obtener planchas de corcho de un grosor mínimo para poder trabajar y con el paso del tiempo nos vemos obligados a pelar los árboles cada vez más abajo. Generaciones anteriores a la mía, pelaban los alcornoques muy arriba, cerca de las ramas, seguramente porque las condiciones climatológicas lo permitían; pero ahora, debido a la pertinaz sequía, hemos tenido que modificar algunos hábitos de la saca del corcho”, explica el propietario.
España es la segunda productora mundial de corcho, después de Portugal. Además, tan solo hay bosques de alcornocal en otros cinco países del mundo: Francia, Italia, Argelia, Marruecos y Túnez. La demanda exterior de este producto ya supone más del 50% del total producido. “Un 70% de nuestras ventas están destinadas a mercados de exportación”, explica la directora general de Trefinos.
La saca del corcho no produce ningún daño al árbol, muy al contrario, es beneficiosa para su mantenimiento y el del ecosistema. Pero “es muy importante no destrozar el árbol para que pueda seguir produciendo corcho. La extracción debe realizarse por trabajadores cualificados que sepan pelar la corteza sin dañar el interior.” El corcho en su parte exterior tiene un grosor de 6 a 8 milímetros y luego 3-4 milímetros de madera en su parte interior, la más pegada al árbol. Si algún trabajador profundiza demasiado, lo daña porque llega a la madera, y ese árbol ya no produce igual, pudiendo llegar a secarse. La extracción del corcho debe hacerse entre mayo y julio. “A partir de esta época, el árbol ya no se deja pelar y no se sabe muy bien porqué. Digamos que se queja si le quitas esa capa protectora de corcho”, asegura Bech de Careda.
Pero hay otro elemento que daña el alcornoque más que un trabajador poco experimentado; se trata de un hongo, una especie de gusano que se introduce en la madera y va haciendo galerías que estropean la calidad del corcho. El árbol sigue produciendo pero el corcho no tiene el grosor suficiente. Cuando se tiene la certeza de que ese árbol está infectado, no queda otro remedio que talarlo. “Al año suelen cortar unos 1000 árboles de la zona, alrededor del 4-5% en esta finca; es la única manera de mantener la calidad del corcho. El gran problema de esta plaga es que es muy difícil de controlar y no se pueden usar medidas preventivas porque hasta que no se pela el árbol no se sabe si está infectado o no”.
Con esta tala se intenta, además, hacer una selección natural para mantener los árboles sanos. “La primera cosecha de corcho, que se realiza cuando el árbol tiene alrededor de 16-17 años no vale. La segunda ya tiene una calidad aceptable y la tercera es de calidad formidable. A partir de ese momento, el árbol se pela cada 14-16 años” con lo que es muy importante mantenerlos sanos.
“Una persona, a la largo de su vida, puede hacer 5-6 sacas de corcho, por lo tanto no se puede vivir de ello” lamenta el propietario.
Antigua fábrica de corcho de Facundo Genis
Para seguir el mismo recorrido del corcho, pasamos del bosque, donde se realiza la saca, a la fábrica, donde se trabaja el producto para llegar al resultado final, el corcho del vino. En Agullana la mayoría de las familias vivían del corcho, instalando fábricas en los sótanos de sus casas; solo era necesario tener un espacio donde guardarlo, un pozo para remojarlo y un sitio donde cocerlo. En su día llegó a haber unos 40 talleres de corcho en esta población.
La industria corchera llegó a Agullana de la mano de una familia pudiente, que tenía mucha relación con Francia; recibían una revista y ahí fue donde vieron que en Francia, los champagnes de Dom Perignon se cerraban con tapones de corcho; enviaron algunos trabajadores a aprender cómo se hacía para después replicar el modelo y aprovechar la producción de corcho de sus bosques. Fueron los primeros en nuestro país en producir tapones.
Facundo Genis fue el propietario de uno de estos talleres, cuyas instalaciones aún se conservan a modo de museo gracias a que sus descendientes, actuales propietarios de la casa, lo han conservado intacto. Los fardos de corcho se metían en agua en los pozos y luego se hervía para que el producto fuera más manejable para trabajarlo con las cuchillas, todo de forma manual. Después de hervirlo, debía reposar y luego se sometía a unos cortes para darle al corcho la forma adecuada para cada botella. Poco a poco, se fue mecanizando el proceso, gracias a la llegada de la luz eléctrica, hasta hacerlo completamente mecánico.
Trefinos, 250 años elaborando corchos
Y de un salto en el tiempo llegamos a la fábrica de Trefinos (Palafrugell, Girona). Esta empresa tiene una producción anual de más de 500 millones de unidades, con presencia internacional en 22 países y un equipo formado por 112 personas. “Gracias a las inversiones realizadas en los años precedentes, a una estructura financiera adecuada y, evidentemente, gracias a un equipo de colaboradores ágil y profesional, el sector no se ha visto afectado por la crisis de los últimos años”, explica Cristina Ginesta.
A pesar de los más de dos siglos que han pasado desde que esta empresa empezara a fabricar los primeros corchos para vinos y espumosos, los procesos básicos no han cambiado tanto. Hasta casi la mitad del siglo XIX, el proceso es totalmente artesanal; tan solo era necesaria una partida de corcho y unas cuchillas. La primera parte del proceso de fabricación sigue siendo igual, pero de forma mecánica: selección del corcho en crudo, cocción de las planchas, reposo posterior para alisar las planchas. A partir de aquí, los métodos varían un poco debido al avance del tiempo y a los nuevos estándares de calidad. Se realiza un proceso de perforado y secado de las láminas, para después fabricar el granulado a través de equipos de trituración.
Esta etapa es sumamente importante porque es cuando se libera el corcho del TCA, un elemento del corcho que puede manifestarse en el vino a través de un desagradable aroma con tonos de humedad y musgo. Gracias a importantes avances en la tecnología de extracción de los TCA, se consigue liberar al corcho de estos elementos para conseguir que el vino mantenga sus aromas en el interior de la botella sin contaminaciones ajenas que pueda transmitir el corcho. En Trefinos utilizan tres tecnologías diferentes, en función de los niveles de exigencia de los corchos; una de estas tecnologías ha sido desarrollada por y para Trefinos por su departamento de I+D.
A partir de aquí el corcho sigue por procesos de selección de discos, moldeadoras, encolado, esmerilado, marcaje con la marca del cliente y tratamiento con silicona para facilitar su introducción en la botella. Y después de todo este proceso, donde los controles de calidad son exhaustivos, todos los corchos pasan un control manual como un último filtro para asegurarse de que todo está perfecto cuando llegue el corcho al cliente.
Además, en Trefinos no se olvidan del medioambiente. “Un bosque de alcornocales tiene la capacidad de capturar 6 Toneladas de CO2 por hectárea al año mientras que el tapón de plástico emite 10 veces más CO2 que el tapón de corcho y 24 el tapón de rosca”, afirma Ginesta.
¿Alguna vez habíais prestado atención al corcho al abrir una botella de vino? Y pensar que todo tiene su origen en una simple bellota…
Buen post, muy convincente. El corcho es un material increíble para guardar el vino.
Gracias por tu aportación. Esperamos volver a verte pronto por De Vinos.