La uva Tannat es la seña de identidad de un país que ha visto como su enoturismo ha seguido creciendo en los últimos años
Está claro que 2020 se colará en los libros de historia como el año de la pandemia. Sin embargo, para los uruguayos y particularmente para el sector bodeguero y quienes disfrutan del buen beber, también será recordado por el que trajo consigo una cosecha memorable
Según los datos de molienda que registra el Instituto Nacional de Vitivinicultura (INAVI), 159 bodegas molieron este año 93.492.254 kilos de uva, un 10,75% más que en 2019, cuando se molieron en total 83.437.466 kilos.
Los especialistas entienden que la vendimia de 2020 ha sido excepcional y no solo por la cantidad, sino sobre todo por la calidad de las uvas cosechadas. En palabras José Lez, Presidente de INAVI –Instituto Nacional de Viticultura—: “nuestro sector tiene una buena noticia y es que la vendimia 2020 ha sido realmente muy buena y nos permitirá seguir el camino trazado para consolidar nuestros vinos en Uruguay y el mundo”.
De igual manera, las bodegas uruguayas han tenido más tiempo para prepararse para compartir al mundo sus bondades una vez que pase la crisis. Las más de 50 bodegas turísticas registradas imaginan como maridar estas buenas cosechas con los platos típicos uruguayos.
El país del tannat
En Uruguay predomina la uva Tannat, una uva de origen francés que, gracias al clima del país charrúa, ha ido cogiendo cada vezs importancia.
Esta cepa, originaria de las zonas de Madiran Irouleguy (sudoeste de Francia), llegó a Uruguay en el último cuarto del siglo XIX, cuando inmigrantes comenzaron a cultivarla en el país. Pero fue el vasco Pascual Harriague quien dio a esta variedad su gran impulso: este empresario, nacido en 1819, llegó a Uruguay en 1840 y, tras diversas actividades ganaderas en el país, se afincó en la ciudad de Salto.
Hacia 1870, y tras algunos años de ensayos con distintas variedades, encontró en las uvas Tannat las condiciones para elaborar un gran vino tinto, que fue presentando en 1887 y que recibió elogios internacionales y premios en las exposiciones mundiales de Barcelona y París de 1888 y 1889.
Pascual Harriague dejó el legado de su cultivo, que dio a Uruguay identidad de país vitivinícola y, desde entonces, cuatro generaciones de viticultores uruguayos han continuado su trabajo.